3 de febrero de 2015

El grado: Sin orgullo ni prejuicio

En estos tiempos en que se está reclamando un uso más extensivo de la democracia, donde la gente pueda elegir de manera más concreta cómo debe de organizarse la sociedad, hay algo que no deja de desconcertarme. Y no hablo de política –donde mi desconcierto hace tiempo que es total- sino de escalada.

Nuestras cuerdas vocales vibrarían al unísono si nos pidiesen escoger entre un sistema votado por todos sus ciudadanos u otro dirigido por unos pocos. Nos llenamos la boca de libertad, respeto e igualdad y cuando podríamos aplicarlo con algo tan próximo –e irrelevante- como la escalada, zas, nos acomodamos a su sistema feudal.


Los señores del grado 

El grado es una práctica convención que nos orienta acerca de la dificultad de las vías y que, además, puede ser una gran fuente de motivación y de frustración. Es decir, el grado es algo subjetivo que se crea en nuestra mente -y no en las rocas- con el fin de clasificar cada ruta dentro de una escala arbitraria. Pero, cuidado, no debemos perder de vista el objetivo final del grado, que, como ya he dicho, consiste en informar al personal acerca de las vías y no –no, NO- de marcar paquete. 

Por ese motivo, en cuestiones de graduación es tan importante la opinión del máximo de personas posibles. Lo que desde tiempos inmemoriales se viene llamando la democracia del grado. Y eso, amigos míos, eso es inexistente a día de hoy (murmullos y caras de consternación). Por suerte, las vías se gradúan por unos pocos señores en un rango bastante aceptable para los plebeyos: nos orientan con suficiente precisión como para realizar la toma de decisiones (escalo/me voy a la taberna). 

El problema llega cuando una vía te parece más fácil o más difícil del grado propuesto. ¿Cómo hacer llegar tu VALUOSA opinión al colectivo escalador? Difícil. Maneras hay, pero no están al alcance de todos o no tienen repercusión real. Se me ocurren tres ejemplos: o eres el equipador o de los primeros que encadena la vía y propones grado; o eres de los que hacen la guía y expresas tu parecer en la reseña estableciendo la ley de vasallaje; o tienes una cuenta en 8a.nu y te apuntas  tu propuesta –esa es la idea- que siempre estará supeditada a la reseña primogénita o grado del feudo, con poca o nula influencia.


Democracia real, ¿cuándo?

Sinceramente, no veo una opción práctica y efectiva que nos pueda llevar al consenso del grado. Ante tanto inconveniente mi recomendación es la siguiente: 

1. El grado es para orientarnos, démosle su justa importancia. Es habitual hacer vías que nos parecen más fáciles o difíciles de su cota establecida. Podemos aceptarlo con naturalidad o podemos auto engañarnos para bien o para mal por hacer una vía de un grado que nos parece inferior o superior aunque nos guardemos de expresarlo. O sea, hacer un 7a mola, sobre todo si lo disfrutaste, y no se acaba el mundo si te pareció 6c+ o 7a+. 

2. Expresar nuestra opinión con franqueza. Da igual que se rasguen las vestiduras si tu opinión es distinta a la establecida: si has escalado la vía, vale lo mismo tu veredicto que el del resto. Nadie tiene la verdad absoluta así que mi propuesta es tan buena como la tuya (he ahí el respeto). 

Acabo con algo que dijo el bueno de Churchill y que me gusta por ser tan simple y tan vigente: la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás.